jueves, noviembre 24, 2005

Pequeñas injusticias

No me gustan las injusticias y siempre que puedo trato de corregirlas.

Tengo presente un día, yo tendría seis o siete años, que mi mamá me contó, o más bien le contó a mi papá y yo escuche, que había ido a Casa Chapa a comprar un regalo para alguna boda. Al estar esperando a que envolvieran el regalo, llegó una señora humilde con un cupón de descuento para comprar una plancha y sus 150 pesos en monedas que había juntado, obviamente con mucho esfuerzo. Eran los sesentas y esa cantidad de dinero era importante para alguien como ella. El empleado de la tienda, sin más, le dijo que ese modelo de plancha se había agotado, y que le diera el cupón porque ya no servía. La señora se agachó un poco y vio su cupón inservible, seguramente sintiendo lo banal que había sido su esfuerzo y la desfortuna de no contar con una plancha eléctrica en su casa. Tal vez también pensó que para cuando hubiera otra oferta ella ya no tendría el dinero, pues siempre hay un mejor uso para éste. Mi mamá se acercó y le pidió el cupón, lo revisó y notó que no tenía fecha de caducidad ni ninguna otra limitante. Le dijo al dependiente que debía darle su plancha a la señora, el muchacho se limitó a decir que ya no había de esas planchas. Mi mamá le preguntó cuándo llegarían más, y él dijo que no sabía, que no sabía si las volverían a tener. Contó, que terminó hablando con el gerente, y consiguió que a la señora le dieran una plancha de otro modelo pero con el mismo precio.

Siempre que recuerdo esta historia sé de dónde viene mi necesidad de corregir estas pequeñas injusticias, aunque creo que nunca he logrado algo como lo que hizo mi mamá ese día.

8 comentarios:

Pablo Perro dijo...

Y si, ojalá yo pudiera hacer algo así un día.

Dharma dijo...

A veces a uno le ataca ese bichito de "quiero hacer la diferencia", y es fácil encontrar oportunidad para hacerlo. Lamentablemente, de esas y otras tantas injusticias hay muchas, demasiadas en el mundo. El valor de la solidaridad no se mide con respecto a lo grande o chico que parezca el detalle o la ocasión, sino en el hecho de sentirte satisfecho porque le diste una mano a alguien.
Lo que me causa más placer es ver la cara de estas personas que reciben ayuda, entre agradecidas, sonrientes y sorprendidas.

Hermoso saber que de vez en cuando, los milagros no dependen de alguna deidad, sino de nosotros mismos.

Un beso!

galgata dijo...

Lo cierto es que esa pequeña preocupación de tu mamá debe haber hecho muy feliz a la señora!!!!
Hay que cuidarnos unos a otros...

Anónimo dijo...

Si, la gente, bueno, alguna gente ejerce su pequeño podercito como puede: el "dueño" de un pedazo de calle que quiere dinero por dejar que te estaciones ahí, el barrendero que no deja que nadie mas toque la puerta y se lleve la basura al camión y reciba dos pesos, la secretaria que sabe algo y no te lo quiere decir...el empleado de una tienda , como el que cuentas, que maltrata a una mujer que por su circunstancia está un tanto indefensa... ayer le decía a mis alumnos que como el maltrato emocional es mas difuso que el físico y no deja moretones, sangre o huesos rotos es mas difícil de ubicar y probar.

Besos!!!

Argüello dijo...

El hecho es que a veces nos hacemos tan ajenos, tan distantes, tan indiferentes del mundo y no vemos esas pequeñas atrocidades diarias. Es cierto, ayudar a una persona conocida o desconocida no va a cambiar el mundo, pero al menos entre varios podemos hacerlo un poco más habitable.

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

Doña Tramontana:

Con un ejemplo así, qué otra cosas puedes hacer con su vida?

Todo lo mejor para Usted.

PS: Por cierto, podría darle las gracias a su Señora Madre, de mi parte, por haberle traído al mundo. Saber que existe gente como Usted por aquí, se debe agradecer.

Anónimo dijo...

Siempre será posible hacer algo por los demás; sucede sin embargo que, muchas veces preferimos hacernos los de la vista gorda. Creo que trato de ser justo con los demás, pero no está de más que renueve este propósito para el nuevo año.

Besos para tí, querida

Aldebarán dijo...

Se me aguaron los ojos con lo que cuentas de tu mamá. ¡Bravo!