jueves, agosto 09, 2007

Al final del día

"The gods do not deduct from a man's allotted span, those days spent sailing."
- Proverbio antiguo

Llegas a una bahía y buscas un lugar para anclar después de todo el día veleando. Lo encuentras, haces las maniobras necesarias: mides la distancia hacia los otros barcos, sueltas suficiente cadena de acuerdo con la profundidad, un poquito de reversa para que se encaje el ancla en la arena y apagas el motor. Desde la isla se oye el canto de las chicharras que te dan la bienvenida. Te pones el traje de baño y te tiras al agua fresca del Mediterráneo. Llevas todo el día en el sol, la piel caliente empieza a perder el calor en el mar. Nadas alrededor del barco, los últimos rayos de sol te deslumbran. Subes a cubierta y te secas. Refrescada, llena de energía. El mar está contigo. Esta bahía será tu casa por esta noche, tal vez varias. Ves como otros barcos van llegando y buscando un lugar para anclar. Te parece que tú has tomado el mejor. Buena profundidad, del lado correcto para que la isla pare un poco el viento anunciado para la noche. No queda más que sentarte a ver como las nubes se llenan de colores cuando ya ha desaparecido el sol. Te sirves un campari o un vaso de vino, preparas algo para picar o una buena pasta y ves como el tiempo pasa a tu lado: el tiempo que usas para velear es gratis.

martes, agosto 07, 2007

Rutas paralelas

Han pasado tres años y aún puedo decir “te conozco” cuando leo tus palabras. Sé cómo vas a reaccionar y qué eres capaz de hacer. No sé si lo intuyo o sólo lo pronostico, pero desde hace unas semanas he sabido cuáles serán tus pasos. Lo que en otra época fue divertido, ha perdido ese misterio del reconocimiento.

Encontré tu correo por error entre los correos no deseados, disfrazado con nombre de viento. El título que también hablaba de vientos, me confirmó que eras tú. ¿Para qué te leí? ¿Curiosidad? ¿Ego? Seguro un poco de todo. Me dijiste que me habías buscado, seguramente no sabes que me cambié de casa. Y ahora me dices que en realidad no hay nada pendiente. Es cierto, no lo hay. Ya no hay amor ni tampoco odio. A esto que queda tampoco le puedo llamar indiferencia, aunque tal vez tiene que ver con sentirme acosada.

De nada me sirve adivinarte, igual me trastornas un poco. No quiero verte, no tengo nada que decir. Fuimos los mejores amigos ¿y cómo le explico a mi espíritu que ya no tengo nada que ver contigo? ¿A dónde se fue el amor que te tuve? Tal vez es como las ganas de jugar a las muñecas, desaparece y las muñecas se quedan en una caja botadas. La niña que jugaba a las muñecas ya no existe.

Seguiremos en rutas paralelas, no hay razón para volvernos a cruzar.