martes, septiembre 30, 2008

365 para 50

He empezado este post varias veces y no avanzo.

Hoy lo único que quiero decir es que disfruto de vivir lo que me toca vivir y disfruto de tener en mi vida a todos ustedes, a mi familia y a Cirrus.

sábado, septiembre 20, 2008

En la Condesa

Vivo en la misma zona desde que llegué a México. Primero del otro lado del Circuito Interior, donde el casero aseguraba era la misma colonia. Luego, cuando estuve casada, encima de una panadería que ya desapareció y desde hace varios años es una tienda de cosas raras y muebles. Ahora, a la vuelta de ese departamento, casi llegando a una calle con camellón.

Yo digo que el desarrollo de la Condesa comenzó con la Garufa. No sé si fue el primero, pero es el restaurante que yo recuerdo comenzó a poner mesas en la banqueta. Luego siguieron otros y cafés y neverías, fue después que iniciaron las tienditas de ropa, de cosas esotéricas y chunches diversas.

Me encanta que se haya desarrollado la zona, a pesar de que los cafecitos de barrio iniciales han sido desplazados por Starbucks y las panaderías por Krispy Kreme y similares. Hoy me di cuenta que también empiezan a poner tiendas de cadenas como GNC y otra de productos de belleza que no recuerdo el nombre. A cambio de eso tengo una tienda de productos orgánicos donde consigo tortillas hechas a mano y mermelada de lima elaborada con azúcar mascabado. También tengo a dónde ir a cenar caminando o pedir comida cuando no quiero salir de casa.

Hoy amaneció bastante nublado, igual la mañana estaba deliciosa para caminar un rato. Nos fuimos Cirrus y yo al mercado, a comprar unas cosas en la tienda orgánica y a sacar dinero del cajero. De regreso, veníamos muy contentas disfrutando la caminata y anticipando la visita que tendríamos hoy, cuando le pregunté a Cirrus por cuál calle quería regresar. Como ella no tuvo claro qué prefería, di la vuelta para pasar por mi vieja casa. Mientras vivimos ahí, mi entonces esposo rentó el departamento de al lado para poner su despacho, como la propiedad era una esquina, la entrada de éste era por otra calle, precisamente por la que caminaba.

Unos metros antes de llegar a la esquina vi que alguien abría la puerta del que fue el despacho. Pensé que se parecía al que fue mi marido, aunque el hombre se veía algo desgastado. A diez pasos de él tuve una sensación extraña y sin pensar pregunté.

- ¿Carlos?

- ¿Sí? - contestó al tiempo que subió la mirada, la cual hasta entonces mantenía en la llave. Se quedó mirándome esperando respuesta. Sin reconocerme.

- Soy Tramontana.

- Hola.

- ¿Cómo estás? -me acerqué y le di un beso.

- Bien. Estoy bien. -Dijo con un tono abatido y una pausa que me indicó que algo acababa de pasar de lo que aún no se había recuperado.

- No sabía que seguías aquí.

- Sí. La oficina. ¿Vives por aquí?

- Aqui a la vuelta.

- Ah.

Le pregunté por sus papás y sus hermanas. Me dijo que sus hermanas estaban bien y me contó que su papá murió en diciembre, su mamá hace apenas veinte días. Ahí fue cuando entendí ese “Bien. Estoy bien”.

El no me preguntó cómo estaba yo, ni siquiera saludó a Cirrus. Se despidió apresurado. Yo nuevamente me acerqué a darle un beso y medio lo abracé. Tal vez no lo vuelva a ver en otros veinte años, tal vez fue un último abrazo.

Caminé las dos cuadras para llegar a mi casa, elucubrando quién sería yo si siguiera casada. ¿Correspondería mi físico, mi vestimenta, mis ademanes, con lo que vi en él? Creo que si me encontrara con ella no me podría reconocer. Tal vez por eso él no pudo reconocer a la que soy hoy. Y pienso cómo tan solo dos cuadras resultan en vidas tan distantes.

jueves, septiembre 11, 2008

Llorar por uno

Hace mucho que no lloro, o más bien, hace mucho que no lloro por mí. Seguido lloro por algo que leo, al ver alguna película o al compartir dolores o alegrías con gente que quiero, pero no logro recordar cuándo fue la última vez que lloré por mí.

Hoy, al llegar de la oficina, abro el agua de la tina y mientras se llena bajo a Cirrus, acomodo cosas, hablo con mi mamá, me sirvo un vaso de vino.

Me meto a la tina y me voy relajando, siento como los músculos del cuello se acomodan diferente, me mojo la cara con el agua tibia, inesperadamanete surge un sollozo. Finalmente permito que salgan las lágrimas. Hoy hubo varios momentos en que estuve a punto de llorar y me contuve. No podía llegar a una reunión con los ojos rojos. Tampoco quise que en la oficina me vieran el rimel corrido o los labios hinchados.

Sobreviví el día, pero aqui, sumergida en el agua caliente con sales y espuma de lavanda lloro.

Trato de pensar qué es lo que me hace llorar. ¿Qué me duele? Fue un día con frustraciones y una sensación de abandono se infiltró en mí. No logro ponerle nombre a la sensación, sólo siento que me hace bien llorar.

domingo, septiembre 07, 2008

De escribir

“I find myself saying briefly and prosaically that it is much more important to be oneself than anything else. Do not dream of influencing other people, I would say, if I knew how to make it sound exalted.” – Virginia Woolf, A Room of One’s Own

Hoy mientras corría pensé en cuál es mi objetivo al escribir. Creo que básicamente busco transmitir mi visión, mi experiencia. Y me doy por bien servida cuando noto que alguien visualizó lo que traté de expresar. Significa que escogí correctamente las palabras para describir las imágenes y sensaciones que traté de plasmar.

A veces me sorprendo cuando percibo que provoqué algo que no esperaba. En ocasiones logro identificar la parte del texto que logró crear esa impresión, otras no puedo explicar qué sucedió. En esos casos no me queda mas que suponer que algo de mi inconsciente conectó con el otro inconsciente en un nivel al que no logro acceder.

Esta reflexión surgió de ver una entrevista con la autora del libro “Comer, rezar, amar”. Aunque no he leído este libro, sé que ha sido traducido a más de 30 idiomas y ha estado en la lista de más vendidos por un año. En la entrevista que vi, varias personas hablaron de la influencia que tuvo el libro en sus vidas. Lo que más me gustó de la autora, Elizabeth Gilbert, fue su actitud. Ella escuchó lo que decía cada persona pero nunca se adjudicó los cambios que ellos hicieron, ni las modificaciones en sus conductas que los llevaron a distintos lugares. Su actitud fue de serenidad, recato, lo que en inglés nombran “unassuming”: a ella no le correspondían los triunfos de los otros, se alegró por ellos pero no se responsabilizó de esos cambios.

Lo que yo interpreto de su actitud es que las reacciones que provocan las palabras que escribimos no nos pertenecen, como tampoco nos pertenecen las palabras ya escritas. Las palabras que escribimos dejan de ser nuestras cuando las mostramos a otros. Lo que hagan ellos con éstas es de ellos, nunca de los que escribimos.