domingo, enero 29, 2006

Te lo dije

- Te dije que no tenía sentido, que no se lograría nada.
Trato de abrazarla y se aleja de mí, con las manos cubre su cara. Sé que tiene razón y quiero creer que no  la tiene. Durante este proceso me he preguntado en más de una ocasión si es mi pleito o es el suyo. Me he preguntado si hay que defender los principios o a las personas.
- Todavía no sabemos.
- Yo sí lo sé. Ahora soy una puta.
- No digas eso hija, – y añado casi gritando, – ¡nadie puede pensar eso!
- Si vieras como me ven en la prepa, como oigo que murmuran cuando paso, -las lágrimas se juntan en la barbilla donde las quita con la mano, pues no toma el kleenex que le ofrezco.
Nuevamente trato de abrazarla, esta vez se levanta y camina hacia la banca de junto. Durante el proceso se cuestionó su forma de vestir, el que había salido con el muchacho, el que se había dejado fajar varias veces y hasta se cuestionó su virginidad. Como si ser virgen o no serlo le diera una cualidad moral diferente.  
Hoy por la mañana no sabía qué ponerse, sus pantalones los sentía muy entallados, sus blusas muy escotadas. Llegó a preguntarme si le podía prestar algo de mi ropa.
Empiezo a creer que el proceso la ha hecho cuestionarse a sí misma en lugar de sentirse segura. Tal vez no pensé cuando le dije que tenía que denunciarlo, pero me pareció lo normal, lo necesario. Y hoy que he vivido los cuestionamientos nada parece tan claro. Todos dudan de su palabra. Hasta ella misma empieza a dudar si ella provocó la violación.
¿Cómo se le da certeza a las mujeres si no es sabiendo que tienen derechos? Y si en el momento el hombre puede imponerse por su fortaleza física, que eso tiene un costo, una pena.
Debí escuchar a mi hermano Vicente:
- Una buena madriza eso es lo que necesita ese cabrón. Yo se la doy con mucho gusto, o te consigo a alguien que lo haga.
- No, como se te ocurre, para eso son las leyes.
- Sigue creyendo, Aurora, sigue creyendo. Unas buenas patadas en las costillas, o mandarlo violar, no fallan. Eso es más efectivo que cualquier ley.
Pienso que es una suerte que la juez es una mujer, que debe haber algún tipo de empatía, que no puede pensar que la forma de vestir le da derechos a los hombres.
Me acerco a la banca donde está sentada mi hija.
- Es hora, -le digo.
La que me voltea a ver no es mi niña, es una mujer que ha perdido su ingenuidad. Se levanta con una actitud desafiante que enmascarará de hoy en adelante sus lágrimas y su vulnerabilidad.

Al oír la sentencia lo único que puedo pensar es que todos tendrán razón de decirme “te lo dije”.

viernes, enero 27, 2006

Agua de vida

Me sirvo un marc, y el olor del eau de vie me trae de golpe el recuerdo de la tarde en que lo tomé por primera vez.

Cuando regresé del viaje del que traje la botella, esperaba los raros momentos de soledad para tomar este licor. Se convirtió en un ritual, servirlo y sentarme a revivir aquella tarde.

Estoy en la comida de clausura de la conferencia anual de horticultura. Las personas sentadas a cada uno de mis lados discuten asuntos técnicos encima de mí. Yo estoy en medio de los dos fastidiada de que sigan luciéndose, compitiendo a ver quién sabe más.

Cuando llega él a sentarse en la mesa lo volteo a ver y le hago una mueca de fastidio, a la cual él contesta con un gesto divertido. Nos habíamos visto varias veces en la semana sin cruzar palabra. No hay mucha posibilidad de platicar pues se sienta del otro lado de una mesa larga.

Al dar el primer bocado de un paté que parece han dejado descubierto tres días con en pan reseco, decido irme. Ya no estoy dispuesta a seguir escuchando los mismos temas de cada desayuno-comida-cena de la última semana. Lo veo a los ojos, me levanto y me dirijo a la puerta. Sé que vendrá tras de mí, y si no lo hace no importa, ya ha sido demasiada conferencia y mala comida.

En la puerta del hotel nos encontramos, tomamos un taxi y nos vamos a un restaurante del puerto. Nos reímos de los intelectuales que siempre quieren sobresalir, de los ponentes que nos quisieron aleccionar como si fueran portadores de la verdad absoluta, de los que hablan de los vinos como si estuviera en juego una mención honorífica. También nos reímos de nosotros, de nuestra escapada y nuestra intolerancia con toda esta gente. Nos reímos como se ríen viejos amigos o nuevos amantes.

Comemos sin prisa, comenzando por un paté fresco con un baguette del día. Nos detenemos en cada bocado para evitar que termine la comida. No sabemos qué vendrá después, o tal vez no estamos listos para el después.

- Pidamos un marc, -me dice- es una eau de vie de la región.
- No lo conozco, prefiero un cognac.
- No, -insiste- tienes que probarlo.

Traen una botella de cuello largo a la mesa para servirlo. Tomo la copa entre las manos y lo huelo. El olor me penetra lentamente por todo el cuerpo. Le doy un sorbo y siento que se escurre lentamente por la garganta y de ahi se resbala a mis brazos, vientre y piernas. En ese momento siento una urgencia de que él me penetre tan lentamente como el licor. Toco su brazo con las yemas de los dedos y le digo que pidamos la cuenta.

Salimos del restaurante, estamos por tomar un taxi cuando vemos el letrero de un hotel a dos puertas. Nos tomamos de la mano y caminamos hacia él sin necesidad de palabras. Nuestro hotel seguramente sigue repleto de pláticas técnicas que queremos evitar tanto como los ojos de los que insisten en esos temas.

Pasamos el resto de la tarde y toda la noche platicando y haciendo el amor. Platicamos con la intimidad que se crea, a veces, con un desconocido que no volveremos a ver

A la mañana siguiente volamos de regreso a nuestras casas. La de él estaba a unas cuantas horas, la mía, al otro lado del Atlántico. Como despedida me regaló una botella de marc.

De otras historias hablé con mi marido. No sé si fue este silencio el que nos distanció, o si guardé silencio por la distancia que ya había.

La botella me la tomé poco a poco, sólo en aquellos momentos en que estaba sola y podía llorar. No lloraba por querer extender lo que solo podía durar ese instante. Lloraba por sensaciones pasadas y las risa de complicidad que ya no tenía. Cuando en la botella sólo quedó un último trago dejé de llorar, o eso pensé.

Hoy al tomarme el último marc y me doy cuenta que nunca dejé de llorar.

martes, enero 24, 2006

Cinco extraños hábitos o hábitos extraños

No debe ser lo mismo extraños hábitos que hábitos extraños, y los míos son más bien del segundo tipo. No creo tener hábitos demasiado extraños, o en todo caso, como son míos me parecen bastante normales.

Como tengo tanto de no poner un post, y primero me invitó Noemí y ahora me invitó Dharmita, pensé que era un buen pretexto para escribir aunque sea algunos hábitos no tan extraños.

Instrucciones:
El primer jugador de este juego inicia su mensaje con el título "5 extraños hábitos tuyos". Las personas que son invitadas a escribir un mensaje en su respectivo blog a propósito, de sus extraños hábitos, deben también indicar claramente este reglamento. Al final, debéis escoger 5 nuevas personas a indicar y añadir el link de su blog o diario web. No olvidéis dejar un comentario en su blog o diario web diciendo "Has sido elegido" y dices que lean el vuestro.

Hábitos:

  1. Me gusta correr mientras amanece. Empezar cuando todavía está oscuro y que amanezca mientras corro. Si hace frío mejor.

  2. El café debe estar muy caliente, y la cerveza muy fría. Los sabores de los líquidos cambian radicalmente con la temperatura.

  3. Cierro los ojos al tomar agua, o al comer algo que me gusta mucho. Siento que así me entran más los sabores. Y sí, el agua también tiene sabor aunque su definición diga que no lo tiene.

  4. Cuando estoy muy cansada mentalmente o antes de resolver algo necesito jugar algún juego. Me gustan especialmente los de palabras o los rompecabezas, pero hasta el busca minas tuvo su momento.

  5. Las sábanas y la almohada deben estar frescas, aunque haga frío. En la noche cuando despierto siempre volteo la almohada al lado más fresco. Las almohadas y edredones de pluma son mis favoritos porque no conservan el calor.

Y aunque parece que soy del tipo de seguir instrucciones, ahora voy a ignorar la última parte de las instrucciones y no voy a escoger a 5 nuevas personas, lo dejo a los que tengan ganas de hacerlo. Si lo hacen, avisen.

jueves, enero 05, 2006

Ninguno de los dos (version 2)

(Nota: Para los que ya leyeron el post de ayer... pues ni modo, es repetido pero editado. Para los que no, mejor lean esta versión. O si andan muy literarios lean las dos y me dicen cuál prefieren. )


No quiero acabar de despertar, siento tu cuerpo tibio al lado del mío y sé que se esfumará la rudimentaria intimidad que construimos al hacer el amor anoche. Nuestra cercanía se deshace fácilmente con cualquier movimiento o gesto, con una sílaba pronunciada a destiempo.

Al principio la intimidad se reforzó con cada palabra y cada silencio por igual. Hasta los desacuerdos fabricaron nudos que nos ataron invisiblemente.

Tu respiración a mi lado por la noche, tu mirada por encima de los lentes de lectura al llevarte un té, tu forma de acomodar el sartén para que quede justo en medio de la llama de la estufa, tu necesidad de besos y abrazos por la mañana, el olor a leña que tiene tu ropa como si dentro de ti hay un tronco que se quema y ahúma todo.

Cada gesto fue trenzando hilos delgados que se entrelazaron para hacerlos irrompibles. Nos confirmamos la indestructibilidad del vínculo, no sólo con palabras, también en la cama. Me tomaste con una certeza que perforó la piel y se infiltró por la sangre: se creó una realidad incuestionable.

No supe en qué momento dejaste de verme, tus ojos se quedaron fijos en la lectura, si acaso murmuraste un "gracias", una palabra innecesaria entre nosotros. O tal vez fui yo la que dejé de llevar el té porque ya no necesité descubrirme con tus ojos.

Un día que regresaste del trabajo tarde o yo temprano, la forma de hacer el amor cambió. Dijimos que estábamos cansados, que es la mejor forma de no explicar nada. Nos sentamos a ver la tele con las manos enlazadas.

Buscamos regresar al pasado en lugar de crear nuevas cercanías. Hoy creo que la historia nos hizo permanecer más allá de los tiempos razonables. Debimos ser capaces de irnos, sin pleitos, sin reproches, dando las gracias por lo que fue, aceptando que el pasado no se puede revivir. En cambio, nos empeñamos en buscar las razones, en culpar el uno al otro, y en tratar de cambiarnos.

Los hilos se fueron rasgando uno a uno, dejando terminaciones nerviosas expuestas. Un día dejaste de acompañarme en la cocina, ya no pusiste el sartén en su lugar, y en tu ausencia yo sentí que me machuqué un dedo en la puerta.

Otro día no busqué tus labios antes de levantarme de la cama, y probablemente sentiste una languidez como si te comenzara a dar gripa.

Algunas noches buscamos recuperar las sensaciones irrecuperables, pero los reproches me cubrieron el cuerpo y no me dejaron sentir tus manos, y la indiferencia hizo que mi saliva te supiera amarga. Nada nos preparó para descubrir que nuestros cuerpos ya no reaccionan igual a las caricias.

Ninguno de los dos quiere pronunciar las palabras o simplemente tomar sus cosas e irse. Hacer el amor anoche fue otra forma de resistencia. En el momento que me mueva o pronuncies una palabra comprobaremos que todas nuestras terminaciones nerviosas están sensibles y que la frustración ha empezado a convertirse en violencia pasiva.

La relación la fabricamos los dos, por eso ni tu ni yo nos atrevemos a terminarla.

miércoles, enero 04, 2006

Ninguno de los dos

No quiero acabar de despertar, siento tu cuerpo tibio al lado del mío y sé que si despierto se esfumará la rudimentaria intimidad que construimos al hacer el amor anoche. La cercanía se deshace fácilmente con cualquier movimiento o gesto, con una sílaba que se pronuncie a destiempo.

Al principio la intimidad se reforzaba con cada palabra y cada silencio por igual. Hasta lo que nos separaba fabricaba nudos que nos iban atando invisiblemente, formando un cuerpo palpable.

Tu respiración a mi lado por la noche, tu mirada por encima de los lentes de lectura cuando te llevaba un té, tu forma de acomodar el sartén para que quedara justo en medio de la llama de la estufa, tu necesidad de besos y abrazos por la mañana, el olor a leña que tiene tu ropa como si dentro de ti estuviera el tronco que se quema y ahúma todo.

Cada gesto se repetía confirmando tu presencia diaria, trenzando hilos delgados que se entrelazaban para hacerlos irrompibles. No nos cansábamos de repetirnos la indestructibilidad del vínculo, no sólo con palabras, también en la cama, me urgías con tus caricias a saberlo, me tomabas con una certeza que perforaba la piel y se infiltraba por la sangre, creando una realidad incuestionable.

No supe en qué momento dejaste de verme cuando te llevaba el té. Tus ojos seguían en tu lectura, si acaso murmurabas un "gracias", una palabra innecesaria porque antes se leía en tus ojos. O tal vez fui yo la que dejé de llevar el té porque ya no necesitaba que tus ojos me descubrieran.

Un día que regresaste del trabajo tarde o yo temprano, la forma de hacer el amor cambió. Decíamos que estábamos cansados, que es la mejor forma de no explicar nada. Luego dejamos de hacer el amor, nos sentábamos a ver la tele con las manos enlazadas, algunos días parecía que un hilo las sostenía juntas. Quisimos pensar que el cansancio se pasaría y volveríamos a sentir como antes.

Buscamos regresar al pasado, queríamos recrear lo que sentimos en lugar de inventar cercanías nuevas, seguros de que lo que hubo se podía repetir. Hoy creo que la historia nos ha hecho permanecer más allá de los tiempos razonables, sin querer aceptar que la relación se acabó. Debimos ser capaces de irnos, sin pleitos, sin reproches, dando las gracias por lo que fue, aceptando que no podremos revivir lo que hubo. Nos empeñamos en buscar las razones, en culparnos, y en tratar de cambiar al otro.

Hay tantos porqués sin contestación que debíamos aprender a aceptarlos: por qué te enamoras de alguien, por qué comienzas a odiar a quien amaste, por qué no puedes amar a quien te ama. Como si de veras hubiera razones para amar. Y si no las hay, cómo las podría haber para desamar. A veces se habla de desilusiones, infidelidades, engaños, todos son explicaciones racionales de lo que no se puede razonar.

Los hilos se fueron rasgando uno a uno, dejando terminaciones nerviosas expuestas. Un día dejaste de acompañarme mientras cocinaba, ya no ponías el sartén en su lugar, la cocción llevaba más tiempo, y tu ausencia hacía que se rompiera un hilo, yo sentía que me había machucado un dedo en la puerta.

Otro día no busqué tus labios antes de levantarme de la cama, y probablemente sentiste como otro hilo se rompía y te producía una languidez en el cuerpo como si te comenzara a dar gripa.

Algunas noches nos buscábamos queriendo recuperar las sensaciones irrecuperables, pero los reproches me cubrían el cuerpo y no me dejaban sentir tus manos, y la indiferencia hacia que mi saliva te supiera amarga. Nada nos preparó para descubrir que nuestros cuerpos ya no reaccionaban igual a las caricias.

Ninguno de los dos quiere pronunciar las palabras o simplemente tomar sus cosas e irse. Hacer el amor anoche fue otra forma de resistencia. En el momento que me mueva o pronuncies una palabra comprobaremos que todas nuestras terminaciones nerviosas están sensibles y la frustración ha empezado a convertirse en violencia pasiva, que es la más destructiva.

La relación la fabricamos los dos, por eso ni tu ni yo nos atrevemos a terminarla.

domingo, enero 01, 2006

Recuento

Muchos empiezan el año haciéndose promesas, que si las dietas, el ejercicio, lo de siempre. Supongo que un inicio de año es un buen pretexto para hacerlo.

Yo alguna vez lo he hecho. Este año pienso que no tiene mucho sentido, que el cambio de un año a otro es una convención, claro que se ha infiltrado en nosotros y parece requerir especial atención.

Este inicio de año me hace pensar en el recién terminado. El 2005 fue un buen año para mí, no me quejo. Desde hace varios días hago un recuento mental de lo que fue el año.

Empecé a ver la salida de una depresión demasiado obscura en la primavera, una tarde de abril fue el inicio de mi recuperación. Hubo alguien que me hizo ver, sin palabras, lo absurdo de mi tristeza. Estaba comiendo con él, en frente del parque de Polanco, contándole del final de mi relación de 17 años con el que pensé sería mi compañero para el resto de la vida. Recuerdo que vi hacia el parque y sentí que el pasado se acomodaba de una forma diferente. Tal vez porque su mirada se enlazó con la mía, y me dejó ver la historia que le contaba con sus ojos, o tal vez lo que necesitaba era compartir con él un pescado con papás cocinado al estilo portugués para dejarme reír de nuevo. La recuperación no se dio en un instante, sé que venía sucediendo desde antes, desde que traté de deshacerme de la tristeza o que me permití ese encuentro, pero recuerdo la sensación de ese instante. Sentí como la luz se acomodaba para iluminar los objetos de una forma diferente y los podía ver con una nueva nitidez.

Fue él también quien me permitió regresar a la escritura. Había dejado de escribir y pocos días después de esa comida, él me cuestionó mi trabajo, creía que no era algo satisfactorio para mí, y es cierto. Mi trabajo siempre ha sido una forma de obtener ingresos y me divierte pero no me deja satisfecha. Necesitaba algo más, y comencé a escribir de nuevo. Al principio sólo para mí, luego encontré los blogs.

Fue Pablo quien me introdujo a los blogs a través del suyo: Zonaentremareas. Después de leerlo y pasear por otros, acabé haciendo el mío. He disfrutado mucho de este espacio. Cuando escribía sólo para mí nunca terminaba nada y tampoco me esforzaba por buscar claridad en lo que escribía. Además, saber que uno de mis escritos hace sentir algo a alguien, me incita a seguir escribiendo.

Poco antes de que empezara el invierno las palabras sencillas de un poeta me permitieron entender que no hay que buscar las mismas sensaciones del pasado, hay muchas nuevas que se pueden disfrutar.

El 2005 empezó sin prometer mucho, no tenía ninguna expectativa, tal vez por eso me parece que fue un buen año.