- No quiero que vengas, no quiero verte,- grito al celular tomándolo como si fuera un micrófono.
- Sólo te dejo los libros que me pediste, ya los junté, los traigo en el coche.
- Ya no los quiero, quédatelos, o tíralos, haz lo que quieras con ellos.
- Me dijiste que te los regresara, además ya estoy llegando.
Abro la puerta de la calle, y lo veo sacando una caja de la cajuela, pasa junto a mí y me dice:
- Yo los meto, no te preocupes.
Cierro la puerta de la calle tras de él, atravieso el patio en cuatro pasos y abro la puerta del departamento. Le indico donde poner la caja, apenas la deja en el piso me pregunta.
- ¿Puedo pasar a tu baño?
- Ya sabes donde está, -le contesto enojada conmigo, recriminándome el haberlo dejado entrar.
Cuando regresa estoy sacando los libros de la caja y acomodándolos en el librero, sin ningún orden, sólo para entretenerme.
- ¿Te ayudo? -Antes de dejarme contestar, empieza a sacarlos y me los va pasando.
Lo veo un poco de reojo, pienso que no lo reconozco. No sé si el cambio es físico o es un cambio de desamor. Trae el pelo más corto y con la ralla por un lado, me gustaba más con su pelo peinado hacia atrás. Se quitó la barba y la nariz se le ve más grande, los labios más delgados.
Me empieza a hacer preguntas que inicialmente contesto con monosílabos, pero tantos años de cercanía no se acaban fácilmente. Apenas terminamos de sacar los libros me dice:
- ¿Me invitas un trago?
Y sin pensar, me veo en la cocina sirviendo whisky en las rocas para los dos, el suyo con un chorrito de agua. No paramos de hablar, entre los tragos hay palabras de extrañamiento, palabras que traen esperanza: ‘a lo mejor ahora sí se cansó de ella, a lo mejor lo de los libros fue un pretexto, a lo mejor ya la va a dejar’. Ya perdí la cuenta de cuántas veces he ido a la cocina, cuando me dice que él va.
De regreso me da mi vaso desde atrás y se queda parado ahí. Pone sus manos sobre mis hombros, me trato de quitar pero me retiene:
- Déjame, estás muy tensa, -me dice sintiendo las contracturas que ya conoce en mis hombros.
- No quiero.
- Sí quieres.
Me besa el cuello y cierro los ojos mientras mi cabeza me da vueltas por el whisky y el deseo. Me da un segundo beso en el cuello cerca del oído, me llega su olor a madera y sal. “La sal del mar y la madera del barco”, me decía cuando lo husmeaba en el cuello, o entre las piernas. No se puso loción, sabe que las detesto. Es la primera vez desde que nos separamos que no trae loción cuando lo veo. Me convenzo que ha venido para regresar y busco sus labios.
Mientras me los da, su mano busca mi pecho abajo de la blusa. Mi cuerpo reconoce las manos que se acomodan sin esfuerzo. Desabotono el pantalón, busco el cierre y lo bajo. Saco su pene y antes de tocarlo lo huelo. Lo acerco hacia mí apretando sus nalgas. Rozo la punta de su pene con los labios, y da un pequeño brinco, como un saludo. Se mete en mi boca como una víbora que conoce el camino de regreso. Recorro el espacio de la ingle hasta la punta, sacándolo cada vez y volviéndolo a meter. Entre caricias nos vamos desvistiendo el uno al otro.
Se levanta y me toma de la mano para llevarme a la cama. Al llegar se acuesta y yo me pongo encima de él. Han sido demasiados meses y días sin él ya no requiero mucho para venirme. El llega segundos después.
Me deslizo a un lado de él, pongo mi cabeza en su pecho, el coloca sus manos atrás de su cabeza. Siento como se empieza a ir. Me levanto con el pretexto de ir al baño, desde ahí oigo su pregunta.
- ¿Me puedo lavar?
- No, -le digo, me pongo mi bata y cierro la puerta tras de mí.
Camina al baño a pesar de mi negativa y no puede abrir la puerta: le puse el seguro.
Recojo la ropa que ha quedado en la sala. Tomo la mía y la pongo en la ropa sucia. Su camisa la empiezo a hacer bolita entre mis manos.
- ¿Dónde está la llave? –me pregunta mientras insiste en abrir la puerta con un pasador que ha encontrado.- No puedo irme a casa así.
- No me interesa.
- Dame la llave.
- No la tengo.
- ¿Qué haces?- me cuestiona cuando ve que estoy magullando su camisa.
- No te puedes lavar aquí, -le digo y le aviento su camisa. –Vete.
- Entiende, no me puedo ir así, hueles mucho.- Sonrío, nunca me había dado tanto gusto tener un olor penetrante.
Camino hacia mi escritorio y prendo la computadora. Sé que no puede retrasarse más. Oigo que sigue intentando abrir la puerta, luego escucho el ruido de su cinturón. Sale sin decirme una palabra. Apenas cierra la puerta empiezo a buscar la llave del baño. No sé dónde está, pero me río.
jueves, septiembre 08, 2005
Los libros
Publicadas por Tramontana a la/s 23:26
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4 comentarios:
Me gusta... me recuerda cierta historia de aeropuerto, no sé por qué. La leiste?
Perro: Sí la leí, y me gustó mucho.
Tal vez tu historia provoco la mía, aunque no conscientemente, yo también pensé que había cierta analogía.
Pero creo que la tuya está mucho mejor lograda.
No sé si mejor lograda... diferente.
Los libros....debería ponerme a trabajar pero, entre gordos volúmenes de comercio internacional y tu historia de los libros no tuve que pensarlo mucho. Cada vez me gustan más tus cuentos y de pronto me encuentro que debo volver a tu weblog para seguirte reconociendo. Los libros son siempre buenas excusas para todo, especialmente para complicarse el horizonte aunque también para volverse más sabio y tonto a la vez.
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