domingo, septiembre 11, 2005

Frente al espejo

Mercedes está parada frente al espejo desnuda. Nunca se había visto así, no con intención, y Abel a su lado, dirige su mirada.
Cuando empezaron a desvestirse Mercedes se había escapado de las manos de Abel para apagar la luz. Él había ido detrás para prenderla.
-No me puedes ver, -le dijo volviendo a apagar la luz.
Él le contestó besándola
- ¿Por qué no?” -y la volvió a prender.
- Nadie me ha visto desnuda, ni yo misma.
Abel dejó de besarla, se alejó para poderla ver. Comprobó en sus ojos que no estaba mintiendo, la tomó de la mano y le preguntó
- ¿Dónde tienes un espejo?
Sin esperar una respuesta se dirigió a la recamara de Mercedes. Prendió la luz, encontró el espejo de cuerpo completo con marco de madera que tenía al fondo del cuarto y la paró enfrente de él.
- ¿Y si no te gusto? –dijo ella, mientras Abel  seguía desvistiéndola, tomándose el tiempo, botón por botón, viéndola a los ojos. Cuando llegó al último le quitó el vestido, lo colocó sobre una silla cercana.
La volvió a besar. El calor que sentía Mercedes ya no le permitió protestar, el cuerpo le hormigueaba.
Cuando Abel acabó de desvestirla la volteó a que se viera a sí misma.
Mercedes se vio sin verse, y buscó el cuerpo de Abel con su mano. Abel le dio su mano izquierda a la mano que buscaba su cuerpo y con la derecha la volteó al espejo.
Siempre evitaba verse desnuda, ni siquiera en ropa interior. No tenía para qué hacerlo y menos ahora que la piel le colgaba por todas partes, aunque siempre fue delgada, los kilos se acomodaban de manera diferente con el paso de los años, la cintura se extendía en una misma línea hacia las caderas, y en su vientre se dibujaba una curva como de inicio de embarazo.  Sus hijas se reían de ella “mamá pero si tuviste cuatro hijos”, y le enseñaban sus panzas ligeramente menos pronunciadas que la suya.
Se preguntaba qué podía haber visto Abel en ella. Veinte años más joven, sólo unos años  mayor que su primer hijo. Nunca había pensado que su interés por ella podía ser más que la de ser mamá de su amigo, y recientemente el de un arquitecto por su cliente. Hasta la noche anterior, cuando al despedirse le había dado un beso demasiado cercano a sus labios. Había alcanzó a probar su aroma, con olor a frutas, a membrillo, pensó.
Y hoy al levantarse se sentía como adolescente antes de una fiesta con la expectativa de bailar con el muchacho que le gustaba, porque había quedado de comer con él.
Abel tenía una nariz grande y un poco ancha,  era demasiado flaco y huesudo, aunque no era precisamente guapo tenía ojos color miel un poco hundidos que veían con atención y contrastaban con su piel morena, además tenía una sonrisa de niño sorprendido. Siempre tuvo novias muy guapas, le había conocido a varias y la que había sido su esposa hasta hacía unos meses, era una mujer atractiva. Mercedes pensó que se estaba imaginando cosas.
Jamás consideró tener relaciones después de quedarse viuda. Nunca le había gustado hacer el amor, y pensaba que quedarse sola había sido una fortuna. Estaba convencida que Fernando fue el esposo perfecto: le dio hijos, una posición económica estable y se había ido a buena hora. No se lo planteaba con esas palabras pero así lo sentía.
Y ahora, ahora que tenía más de sesenta, deseaba a Abel. Ansiaba esa mano de dedos largos que tocaba su brazo para enfatizar una idea. ¿Por qué sentía que su cuerpo la traicionaba?
Desde su noche de bodas no sentía deseo. En la época que fueron novios hubiera querido que las manos de Fernando tocaran más que su cintura o su espalda. Él nunca lo había intentado. Mercedes era de las que tenía que esperar hasta la noche de bodas, como lo hacían las mujeres decentes. Eso es lo que le habían dicho a ella, y lo había creído. Tiempo después supo que muchas mujeres no esperaban y pensaba que tal vez su vida sexual podría haber sido diferente de no esperar. Creía que era tanto deseo atrapado lo que ocasionó que se empapara  cuando apenas Fernando comenzó a acariciarle sus pechos. El se había disgustado cuando había sentido que mojaba la cama y le había dicho:
-¿Qué estas haciendo? Estás ensuciando todo.
Ella se había sonrojado y había corrido al baño. Se metió en la regadera y después de lavarse se quedó en el baño hasta que no oyó ruido. Salió y encontró a Fernando dormido. Al despertar él la había buscado. Ella ya no sentía, no quería volver a mojar la cama, no quería que le volviera a pasar. Él había terminado pronto. Así sería siempre. Ella no volvería a sentir.
En los casi 30 años de viuda nunca deseo a un hombre, se sentía casi incestuosa anhelando a un amigo de la familia, y tomando especial cuidado en su arreglo esta mañana. Arregló su cabello plateado que le llegaba a la barbilla con las puntas para adentro. Se puso un maquillaje ligero, acentuando sus ojos oscuros con un lápiz casi negro. Los labios un tono rosa pálido, muy parecido a su color de labios. Se vistió con un traje negro, con el saco abotonado no necesitaba blusa abajo. Se puso un collar de perlas corto, unos aretes, pegados a los oídos, de perlas con un filo de oro alrededor. ‘Regalo de mi hijo’, no pudo evitar pensar mientras se preparaba para salir con uno de los mejores amigos de éste. Llamó al sitio mientras se ponía los zapatos, se perfumó con una loción que le había traído su hija de algún viaje y no había usado, sintió que el tenue olor a vainilla le quedaba bien. El taxista no tardó en tocar el timbre. Siempre les decía que se bajaran y tocaran el timbre, no le gustaba que le tocaran el claxon.
Abel la estaba esperando cuando llegó. Traía un tweed en colores café y marrón, una camisa beige, sin corbata. Se levantó al verla acercarse a la mesa. Otra vez alcanzó a probar su aliento cuando le dio un beso en la mejilla. Ahora no se había acercado a sus labios, pero ella estaba más pendiente de ese olor.
El menú era de comida mexicana tradicional, el restaurante una casa antigua con patio central. Se sentaron en la terraza y los atendió la dueña, una señora poco más grande que Mercedes con una trenza de cabello blanco, facciones delicadas, que había aprendido a cocinar con su abuela y vestía un huipil. A Mercedes le hizo ilusión encontrar pacholas, hacía mucho que se dejaron de hacer en su casa. No pudo quedarse sin comer una sopa de bolitas de masa. Abel pidió lo mismo divertido de su elección.
Comieron con el recuerdo de comidas pasadas, las favoritas, las menos gustadas, lo que detestaban.
Abel insistió en compartir un flan de la casa y al terminarlo le dijo:
- ¿Me invitas el café en tu casa? Ahí podremos ver mejor los planos.

Empezaban a extender los rollos sobre la mesa del comedor cuando Abel le había dado el primer beso, el café se quedó en las tazas.
Y ahora desnuda frente al espejo ella descubría, con la dirección de Abel, su  cuerpo que le era desconocido. Se vió con los ojos de él, y se gustaba.
Cuando Abel empezó a tocar su vagina, se empezó a mojar, otra vez, como hacía tantos años. Mercedes trató de quitarle la mano.
- Perdón, -dijo avergonzada.
- ¿Perdón de qué?
- Te estoy mojando.
- Espero que lo sigas haciendo,  -contesto, mientras busca su vagina con la boca.

3 comentarios:

Pablo Perro dijo...

Lindo relato, ligeramente cargado hacia lo visual. Pero me gustó.

Lutz_saa dijo...

Terminé mojada...como en algunos de mis sueños cuando por la emoción o el llanto despierto para correr al baño....

Lutz

Anónimo dijo...

que relato tan sexy y tierno, la dulzura de una mujer insegura criada con vieja escuela, como mi madre o mi abuela, inclusive como yo, solo que yo me sali de lo que mi mamá llama 'el molde perfecto de una hija perfecta'. Divino.