Hace algunas semanas o meses (últimamente mi sentido del tiempo anda medio desorientado) circuló por los blogs un “meme” que trataba sobre escribir de seis cosas que uno adora. Aunque a mí nadie me “contagió” tomo la idea.
Caminar por calles desconocidas, llegar a plazas o a rincones en que nunca he estado ni estaré pero que empiezo a conocer, tomar un café o comer algo que no he probado y que tal vez algún día lo haga. Meterme en la vida de personas desconocidas, enamorarme de algunos y detestar a otros, identificarme con todos. Involucrarme con sus situaciones de vida, verme reflejada en ellas y sentir cómo se infiltra dentro de mí conocimiento humano. Esto es lo que me sucede cuando tengo un libro en las manos.
Zambullirme en un mar de agua fría, mojarme los pies con el agua tibia de una playa, ver y oír la lluvia caer una tarde desde mi terraza, un regaderazo de mañana para despertar, pararme bajo el chorro de agua caliente al final del día para que el agua se lleve el cansancio físico, mental o emocional, beber un vaso de agua helada. Estas son algunas de las formas en que disfruto el agua. El líquido transparente que tomamos como dado aunque dicen que no va a durar para siempre. Yo no podría imaginarme el no tener agua para lavar platos, cocinar, o lavarme los dientes. Es un privilegio el sólo abrir una llave y tener una cantidad ilimitada de agua disponible.
Viejos amigos, con los que se tiene la complicidad de la risa. Nuevos amigos con los que se comparte una taza de café o una conversación. Juntarse con amigas a cenar. Pláticas hasta la madrugada. Ver una ventana aparecer en la pantalla de la computadora y conversar de forma electrónica con alguien en otra ciudad o en otro país. Recibir un correo. Entrelazar una mirada y saber que hay un entendimiento. La delicia de sentirte acompañada en la vida, ya sea por gente con la que tienes contacto diario como por aquéllos que ves con suerte una vez al año.
Un bocado de mole, un pan con queso o un risotto. Masticar y esperar que los sabores exploten en la boca. Preparar una pasta para amigos o un curry para mí sola, jugar con las especies para obtener una combinación especial. Recorrer el menú en un restaurante en busca del platillo exacto para el momento. Comer todas las frutas: las conocidas y las desconocidas. Compartir los gustos y disgustos. Encontrar el lugar donde se puede comer el perfecto chile en nogada, una maravillosa langosta, o unas quesadillas de huitlacoche. Cocinar con mi hermano, hacer la cena de Navidad y pastelitos de nuez con mi hermana, hornear una semita con mi tía. Adoro comer y todo lo que tiene que ver con la comida. Puedo hablar de comida hasta el infinito.
La Cirrus que recarga su cabeza en mi pierna. Observar sus estornudos para llamar la atención, sus brincos para avisar que el café está listo. Ver los perros callejeros en Chapultepec buscando el sol para echarse, husmeando entre los árboles, correteándose unos a otros. Verlos en las calles acompañados por sus amos. Ver sus actitudes, sus miradas, sus reacciones a otros perros, a las caricias a las palabras. Jugar con ellos. Me parecen perfecta compañía.
El sabor y sensación del primer café de la mañana.
martes, julio 11, 2006
Seis cosas
Publicadas por Tramontana a la/s 17:51
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
6 comentarios:
Ojalá tuviera más tiempo, para hacer alguna de esas cosas tan apetecibles que comentas... a mí también me encanta comer, jeje
Pues mira que sabes disfrutar la vida, amiga!
Te dejo muchos abrazos..
Pastelitos de nuez!!!!!!
aaah q rico modo de ver el agua, el mar... caminar por lugares desconocidos buscando desenmarañar sus secretos es genial
gracias por contagiarme... www.onemorespace.blogspot.com
Elm 28-10-05 escribí un post titulado "el placer de escribir lo placentero" y al leer el tuyo me has contagiado de tu disfrute y he vuelto a revivir algunas sensaciones.
Publicar un comentario