jueves, marzo 30, 2006

Unos días en Nueva York (parte 2)



Llegué después de la media noche a NY y todavía al arribar a casa de Luz María nos quedamos platicando hasta pasadas las 3 de la mañana. Ver a viejas amigas siempre es reconfortante.

Luz tiene casi 18 años viviendo en NY, y cada vez que nos vemos, nos despedimos como si nos fuéramos a ver al día siguiente. Es una regla que puso ella desde la primera vez que la fui a ver. Ahora cuando estaba allá recordé esta forma de despedirnos y pensé que de alguna forma asi es: cuando nos volvemos a ver es como si nunca nos hubiéramos dejado de ver.

Cuando salgo de viaje, me gusta que haya algo que marque los días de la estancia, algún pequeño rito que al repetirse hace sentir la permanencia en ese sitio. En esta ocasión fue el café de la mañana. Luz se levantaba y ponía café recién molido. Yo guardaba el sofá cama para tener espacio para sentarnos a tomar el café sin prisa.

No hay nada como las pláticas interminables con las mejores amigas, son pláticas llenas de certeza, nostalgia y futuro.

martes, marzo 28, 2006

Unos días en Nueva York parte 1

Andar por NY con un niño de ocho años me llevó a un parquecito al que de otra forma no hubiera llegado. Gracias Leonardo.

Les dejo algunas imágenes de esa tarde. Leo es el de la segunda foto.



miércoles, marzo 08, 2006

La tienda de electrónica

Conocimos a Monsieur Etian en su tienda de aparatos electrónicos para barcos. Veinticinco metros cuadrados llenos de cajas con conectores, tornillos, cables, partes sueltas y alguno que otro aparato entero.

Hablaba con los ojos más que con palabras. Se movía con dificultad y casi siempre con la ayuda de muletas.

Me intimidaba y al mismo tiempo me atraía su aire de lejanía. Cada vez que íbamos a las tiendas del puerto buscaba alguna pregunta para hacerle. A pesar de la dificultad para entender sus palabras francesas masticadas, logramos entender qué tipo de radio de dos vías era el mejor, y que tal vez era mejor comprar un teléfono satelital. También nos explicó de las sondas y los nuevos GPS. Nos vendió una brújula y un soplete de gas.

El piloto automático no funcionaba y un día vino al barco para ayudarnos a hacer el diagnóstico. Antes de que llegara estábamos inquietos de cómo se subiría al barco. Nunca pensamos que eso sería lo más sencillo pues luego se subió al mástil. No dejó que nosotros nos subiéramos, tenía que hacerlo él. Detectamos que el problema era la brújula conectada al piloto automático.

Al terminar nos sentamos en la cubierta a beber un pasits. Nos contó cómo se había caído el avión que piloteaba y que su compañero había perdido la vida. “A mi no me pasó nada”, dijo, pues le parecía que sus limitaciones para caminar eran inexistentes. Pensé que tal vez había sido a raíz del accidente que ponía cierta distancia, tal vez quería evitar el despedirse de más personas.

Quiso regresar al barco a instalar la brújula, pero tenía mucho trabajo y nosotros mucha prisa. Cuando nos atoramos en la instalación nos dio instrucciones por teléfono. Al día siguiente salimos a velear.

Al regresar al puerto era hora de regresar a México y ya solo fuimos a despedirnos. Quedamos de volver el siguiente verano y de invitarlo a velear.

Ya no volví, ni siquiera cuando se vendió el barco. Me quedé con una deuda que nunca podré pagar.